Gustavo Santiago (La Nación): Una frontera franqueable
Martín Kohan: Presentación del libro en el Instituto Goethe (21 de abril de 2007)¿Qué será lo que hace que sintamos tantas veces a Walter Benjamin como a alguien a quien había que proteger? La más irreprochable admiración por sus textos y por su trayectoria no necesariamente excluye, y hasta puede ocurrir que promueva, la sensación de que había que cuidarlo; de que una cierta fragilidad, prodigiosa en cualquier caso, presidía la suerte de sus textos, y aun la suya propia. No pocos de esos textos tardaron en encontrar su lugar y su comprensión. Y el propio Benjamin conoció y padeció esa misma descolocación, esa misma deriva, una suerte de desajuste definitorio que concentraba, a un mismo tiempo, su genialidad y su desdicha. ¿Qué es lo que hace que percibamos en Benjamin esa silenciosa necesidad de guarda? Con frecuencia tenemos que recordarnos que él no era menor, sino mayor, que Adorno o que Brecht, porque el semblante de esas relaciones parece contradecir por momentos lo que podría esperarse de las respectivas edades. Por supuesto que el suicidio, esa última decisión que participa de la fortaleza y a la vez de la debilidad, de la audacia y a la vez del temor, imprime su sello sobre la imagen que podemos hacernos de Walter Benjamin. Pero antes del desenlace de septiembre de 1940, antes de que Port Bou albergara la determinación del que ya no puede sobreponerse, existió en el entorno de Benjamin esa impresión singular: que había que cuidarlo, que había que protegerlo, que había que preservarlo. [Texto completo]
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